Aquí tenéis el artículo de Larra:
"Vuelva usted mañana"
Gran persona debió
de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza. Nosotros, que ya en uno
de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos
habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones
acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados
que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto
divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará
las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones
hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un
extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de
nuestro país una idea exagerada e hiperbólica; de éstos que, o creen que los
hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos
seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del
Atlante […]. Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto
de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de
familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de
invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o
mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la
actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba
permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto
seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna
consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de
persuadirle para que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente
trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fué
preciso explicarme más claro.
--Mirad --le
dije--, monsieur Sans-délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar
quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
--Ciertamente --me
contestó--. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un
genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros,
busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis
reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me
dé, legalizados en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia
innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se
juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que
pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis
proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son
cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid;
descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene
estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince,
cinco días. […].
--Permitidme,
monsieur Sans-délai --le dije entre socarrón y formal--, permitidme que os
convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
--¿Cómo?
--Dentro de quince
meses estáis aquí todavía.
--¿Os burláis?
--No por cierto.
--¿No me podré
marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
--Sabed que no
estáis en vuestro país activo y trabajador.
--¡Oh!, los
españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de
hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
--Os aseguro que en
los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola
de las personas cuya cooperación necesitáis.
--¡Hipérboles! Yo
les comunicaré a todos mi actividad.
--Todos os
comunicarán su inercia.
Conocí que no
estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la
experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los
hechos en hablar por mí.
Amaneció el día
siguiente, y salimos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer
preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido; encontrámosle por fin,
y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que
necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo
definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días.
Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días: fuimos.
--Vuelva usted
mañana --nos respondió la criada--, porque el señor no se ha levantado todavía.
--Vuelva usted
mañana --nos dijo al siguiente día--, porque el amo acaba de salir.
--Vuelva usted
mañana --nos respondió al otro--, porque el amo está durmiendo la siesta.
--Vuelva usted
mañana --nos respondió el lunes siguiente--, porque hoy ha ido a los toros.
Vímosle por fin, y
vuelva usted mañana --nos dijo--, porque se me ha olvidado. Vuelva usted
mañana, porque no está en limpio. […] ¡Qué formalidad y qué exactitud!
Mariano José de
LARRA, Artículos de costumbres